Violencia laboral en el sector salud: el enemigo que también enferma al sistema

Dr. Juan Manuel Lira Romero

En México hay una forma de violencia que no deja moretones, pero sí cicatrices en la autoestima, en la salud mental y en la vocación misma. Es la violencia laboral. De acuerdo con datos de la Secretaría del Trabajo, 44 por ciento de los profesionistas ha experimentado acoso laboral (mobbing), con un impacto profundo en la productividad y salud emocional. Y aunque suene exagerado, hay vidas enteras que se han destruido dentro de oficinas, fábricas, escuelas y hospitales.

Hablar de este tema incomoda, pero es necesario visibilizarlo. Porque mientras permanezca relegado a conversaciones en voz baja, seguirá avanzando como un enemigo invisible, sin nombre, sin rostro, pero con graves consecuencias.

Entre las mujeres trabajadoras, el 28 por ciento ha sufrido violencia laboral durante su vida, esto incluye violencia psicológica, física, sexual y discriminación. ¿Quiénes son los agresores? el 36.6 por ciento de los casos provienen de compañeros, el 17.5 por ciento de jefes o patrones, y el 15.4 por ciento de clientes o externos. Y pese al daño, el más del 90 por ciento de las mujeres no denuncia.

Este enemigo se esconde detrás de frases como: “Así es este ambiente”, “Aguántate”, “Mejor no hagas olas” “Si reclamas te echarán a la calle” entre muchas otras. Frases que disfrazan la violencia, normalizando lo intolerable y castigando la valentía de quienes no callan.

Porque cuando alguien rompe el silencio, el sistema no responde con justicia, sino con indiferencia. Las denuncias no prosperan porque la víctima tiene que probar lo que vivió, con documentos, testigos que temen hablar, y frente a agresores que conocen los vacíos de la ley mejor que sus víctimas. Se castiga más al que denuncia que al que violenta. Se premia el silencio, se persigue la verdad.

Este fenómeno no es abstracto tiene nombres. Hoy es Mariana, mañana será Juan, o Ana. Personas que han sido ridiculizadas, sobrecargadas de trabajo imposible o directamente ignoradas hasta que, agotadas, colapsan. Tras acudir a los canales institucionales, son revictimizadas. Y mientras tanto, sus agresores siguen ahí: intocables, con poder, alimentando su violencia con cada víctima nueva que el sistema permite.

En las instituciones de salud (IMSS, ISSSTE, Secretaría de Salud, o bien, el IMSS Bienestar) esto es particularmente grave. Porque hablamos de personas que lidian con la presión administrativa por cumplir con las instrucciones de sus superiores (a veces plagadas de ocurrencias); o en las unidades médicas, el agotamiento físico o la queja por la falta de insumos, enfrenta maltratos por parte de los pacientes y represalias internas por parte de las autoridades jerárquicas.

¿Dónde están las instituciones cuando esto ocurre? Muchas veces, observando en silencio. O peor aún: encubriendo. Porque denunciar aún se considera una amenaza al orden, no un acto de justicia. Y mientras tanto, el agresor se queda donde siempre ha estado: arriba e intocable.

Lo más devastador es que todo esto se vive en soledad. El compañero que antes saludaba, hoy se aleja. El jefe que decía apoyar hoy guarda silencio. El engranaje institucional que prometía proteger hoy solo responde con trámites, formatos y evasivas. Y así, el enemigo invisible golpea, aísla, desgasta y enferma.

No, no es un problema de personas que “no se adaptan”. Es un sistema que ha normalizado la crueldad como parte del método. Un sistema que protege al abusador y culpa a la víctima. Un problema del sistema que al igual que la inseguridad se nos ha vuelto ya una costumbre.

Pero toda costumbre puede romperse. Es hora de replantear el papel de las instituciones. Necesitamos crear una Defensoría del Trabajador del Estado que actúe con autonomía y canalice denuncias de violencia laboral en instituciones públicas, incluidas las del sector salud. Implementar un sistema nacional de alertas tempranas: un mecanismo anónimo de reporte que permita detectar patrones de violencia antes de que sea demasiado tarde. 

Hacer obligatoria la evaluación psicológica de mandos medios y superiores en los niveles “centrales” de las Instituciones de salud y a nivel operativo en hospitales, clínicas y, en caso necesario brindarles capacitación o atención profesional en los casos en los que se documente un riesgo psicosocial. Todo esto dentro del marco de integrar la violencia laboral como indicador en la NOM 035.

Hoy, el gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum, tiene una oportunidad que no debería desaprovechar. Si se habla de construir un segundo piso para la transformación del país, este piso debe tener cimientos éticos, no solo presupuestales. 

En el fondo, el mensaje es claro: una institución no se define por el cargo que se ostenta, sino por las personas que la sostienen y cuando una de esas personas es destruida, todo el sistema comienza a fallar.

Algún día veremos un entorno más justo. Pero eso solo ocurrirá si empezamos hoy a incomodarnos. Porque el enemigo invisible no se combate con comunicados. Se enfrenta con voluntad, con empatía, y con la denuncia, el silencio ya no es opción.

La violencia que se tolera se institucionaliza. Y lo institucionalizado, se normaliza. Hoy toca romper ese ciclo.

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