Jalisco en el espejo de Sinaloa

Carlos Matienzo
El terrible hallazgo del centro de exterminio —o de reclutamiento, o de tortura, o de desaparición, o como quieran llamarle las autoridades y sus facilitadores— en Teuchitlán, Jalisco, es apenas la “punta del iceberg” de una realidad ya innegable: el cártel de las “cuatro letras” tiene un poder territorial atroz en ese estado, con tentáculos por todos lados y con el terror como su principal mecanismo de dominio.
El gobierno federal, en los últimos años, ha volteado muy poco hacia Jalisco, acaso porque se piensa que la hegemonía criminal del “Cártel Jalisco Nueva Generación” en su propio hogar no tiene mayor impacto en la epidemia nacional de homicidios.
De igual forma, pareciera que la propia sociedad jalisciense y su clase política han preferido desentenderse del problema más grande de su estado. El mismo fin de semana que se hizo público el macabro hallazgo de Teuchitlán, el Congreso de Jalisco discutía la urgentísima iniciativa para permitir que niños “trans” cambiaran de género sin consentimiento de sus padres. Un estado metido en agendas posmodernas sin haber resuelto primero sus problemas medievales.
El problema de esta claudicación social frente a la “pax narca” es que las hegemonías criminales ni son tan pacíficas, ni mucho menos permanentes. Deberían de verse en el espejo de Sinaloa donde su respectivo cártel también dominaba con cacicazgos “benefactores” y con absoluta complacencia de las autoridades. Allí, en Mazatlán, como allá en Zapopan, los narcos se paseaban sin problema alguno y las autoridades se conformaban con que se portaran bien.
En Sinaloa, como en Jalisco, llevaban años sin experimentar los niveles de homicidios de otras entidades como Guanajuato, Morelos o Colima. Pero nunca fueron estados realmente pacíficos, no sólo porque sus cifras sean poco confiables, sino porque los estamos comparando en tierra de ciegos; la tasa de asesinatos en 2023 de Sinaloa y Jalisco era inferior a la nacional, pero 3 y 4 veces más grandes que la tasa mundial.
Lo que pasó después del arresto de “El Mayo” Zambada en Sinaloa es ejemplar: la violencia explotó y las complicidades quedaron expuestas. ¿Qué va a pasar en Jalisco el día en que muera Nemesio Oseguera? ¿O si una acción unilateral de Estados Unidos atomiza a su cártel e inicia una guerra de control territorial? Fuerzas de combate y capacidad de fuego sobran en Jalisco.
Pero incluso si esta crisis no llegara, el costo de la tolerancia y la colusión con el crimen organizado es sencillamente demasiado alto. Jalisco no será el primer lugar de asesinatos, pero sí es el primer lugar en desapariciones, como lo atestiguan los cientos de anuncios de búsqueda que inundan la Minerva y las terminales de autobuses de Guadalajara. Y es también hogar de decenas de casos de crímenes de lesa humanidad.
Finalmente, está la penetración del Cártel en la vida política del estado. En las elecciones de 2024 quedó claro con alcaldes que prefirieron huir a Estados Unidos antes que reelegirse, con capos palomeando candidaturas, columnas armadas que operaron como fuerzas electorales o con asesinatos como el de Humberto Amezcua, presidente municipal de Pihuamo.
Ojalá lo entiendan en Jalisco: la “pax narca” es un espejismo. En el largo plazo no sólo no se sostiene, sino que termina por generar un entramado aún más peligroso que el que originalmente se pudo combatir. No hay que darle vueltas: la única pacificación duradera la genera el proceso civilizatorio del Estado expandiendo su autoridad legítima. Esta puede ser la última llamada para Jalisco y para el país entero.
El Heraldo de México