Las tres rutas en la terminación del conflicto armado de Culiacán
Álvaro Aragón Ayala
La disputa armada entre dos grupos convirtió a Culiacán y a otros municipios de Sinaloa en zonas macabras, fúnebres, sangrientas. Reventaron el estado de derecho provocando muerte y desolación, generando una crisis económica de consecuencias incalculables y la producción de un alto número de desempleados.
Por décadas la población de Sinaloa cohabitó “en buenos términos” con los poderes fácticos bajo el imperio de la pax narca y la simulación de la estructura gubernamental complaciente ante la presencia de los grupos delictivos. La narcoeconomía transformó al estado en una potencia económica.
En Sinaloa la demanda es que regrese la paz, aunque sea la pax narca. Que retorne la tranquilidad. Para el regreso al pasado -imposible incluso en la retórica- o la entrada a un nuevo futuro se requiere la cohabitación. Para el arreglo entre las partes en conflicto se necesita que exista un tercero que pueda establecer un acuerdo ¿Ese tercero es el gobierno?
La fuerza federal no parece tener capacidad de imponer un arreglo entre las partes y, menos, rescatar la vigencia del Estado de derecho. Omar García Harfusch no mandó ninguna señal de poder frenar la escalada de violencia.
La fuerza estatal no tiene las condiciones para asentar un arreglo metalegal ni para imponer el imperio de la ley. Las corporaciones policiales y el aparato de justicia están contaminadas o bien temerosas de enfrentar la medusa que todo lo que toca lo arrastra al inframundo.
Sin embargo, no hay guerras eternas. En algún momento habrá un vencedor y disminuirán los enfrentamientos ya sea mediante la negociación entre los actores y/o mediante la victoria violenta entre las personas armadas que están en combate.
En este diferendo armado, desde el exterior del conflicto, a juicio del periodista Omar Garfias, que abordó el mismo tema, pero con agregados un tanto galácticos, se visualizan tres escenarios o rutas para disminuir la crisis:
El primero es que Sinaloa vuelva a la pax narca. Un grupo dominaría el territorio y ya no necesitaría desaparecer y matar tanto, aunque si lo suficiente para imponer sus decisiones. Sería la concreción de un narco-estado.
El segundo escenario es una pax narca con limitaciones o imposiciones gubernamentales al grupo triunfador. El gobierno o el Estado recobraría su capacidad de aplicar la ley higienizando algunos eslabones de la cadena de impartición de justicia, e impondría zonas intocables y tipos de delitos que no deberían perpetrarse: ni atrocidades, ni producción de drogas sintéticas mortales.
La tercera ruta o escenario es el triunfo del gobierno o del Estado Mexicano sobre los grupos armados o la descaptura de Sinaloa que traería como consecuencia la limpieza de las fuerzas de seguridad; el saneamiento y la autonomización de la Fiscalía Estatal, la conformación de un plan de relanzamiento económico y la implementación de una política social que construya infraestructura básica de vivienda, servicios urbanos, educación, salud y empleos.
En concreto: la implementación de un real estado de derecho y un nuevo modelo económico justo y equitativo.