La violencia en la cultura, los medios, las redes
Alejandro De la Garza
El sino del escorpión lleva dos años refugiado en un pueblo costeño a orillas del Pacífico mexicano. Vino en busca de un retiro tranquilo, un nirvana instantáneo y de bolsillo, un espacio meditativo y reposado, autoexilio relajado donde en la noche pudiera dormir al menos cinco horas sin sobresaltos ni ansiolíticos; en fin, un territorio vital donde disfrutar de su modesta existencia en una habitación espartana con vista al mar. Y sin embargo, el fantasma de la violencia lo persigue con hechos e imágenes de pesadilla.
Las dimensiones del fenómeno de la violencia asociada al narcotráfico en el país exigen rápidas políticas y acciones de seguridad al parecer imposibles, pero también requieren de un esfuerzo de interpretación más allá de los datos estadísticos. Además, la dimensión física de la violencia, la muerte violenta asociada al narcotráfico tiene dimensiones simbólicas terroríficas para la sociedad. El alacrán no se espanta (aunque a veces sí). Sabe en dónde está y lo que significa vivir aquí. Pero cuando voltea al mundo ve también una guerra continua donde se asesina a niños y niñas, hombres y mujeres palestinos en una acción bélica genocida. De igual forma, la bárbara violencia terrorista se multiplica y la guerra en Europa, calificada de sofisticada y altamente tecnológica, entraña la misma violencia homicida.
Sobre todas estas violencias, resalta muy lastimosamente la violencia de género. El venenoso se refiere a la permanente agresión a las mujeres por razón de su género, expresada en todos los medios, en todas las redes sociales y en muchas expresiones “culturales”. El escorpión sabe bien que esas expresiones culturales, los medios de comunicación y las redes sociales sólo reflejan la violencia existente en la sociedad, y así lo repiten siempre los involucrados en la difusión de esas violencias, al clamar la inocencia del espejo por ser sólo reflejo de la realidad. Pero también es claro que pretextar su inocencia o falta de responsabilidad en los hechos violentos, ha dado lugar a la difusión masiva de acciones e imágenes de una violencia inaudita.
Acaso XTwitter sea la red social con imágenes más violentas. Todas las guerras, todas las atrocidades bárbaras, todos los pleitos callejeros, todos los reportes de enfrentamientos de grupos armados (a ritmo de corridos tumbados), persecuciones y asesinatos de delincuentes, accidentes sangrientos, linchamientos, torturas y acciones de advertencia o promoción de los mismos grupos armados del narcotráfico, se difunden masivamente por esta red, avasallando al usuario al punto de la pesadilla. También las denuncias de violencia de género en XTwitter han sido una constante. La Ley Olimpia (impulsada por la activista mexicana Olimpia Coral Melo), ha sido un esfuerzo significativo por penalizar la difusión de imágenes de mujeres sin su consentimiento. Por fortuna se ha aplicado ya en varias ocasiones y en estos momentos un caricaturista misógino está a punto de pagar las consecuencias de su hostigamiento a una mujer Senadora, aunque llore y se acobarde.
TikTok, una de las redes más usadas, ofrece su particular show de violencias en dos o tres minutos: pleitos, persecuciones policiacas, acciones de corrupción y abusos de las policías, el ejército o la guardia nacional, mientras de fondo se escuchan más corridos tumbados. El arácnido busca consuelo y distracción en alguna plataforma de streaming, pero ahí no sólo lo aguardan los necesarios documentales y las ficciones que recuperan para nuestra memoria los hechos de desapariciones forzadas, homicidios y violencias cometidas por fuerzas del Estado contra la población civil, sino también un sinfín de series de asesinos seriales, en particular feminicidas, que parecen ser las más cotizadas y del gusto del público.
Se entiende esta voluntad de recreación fílmica de casos terribles y la atracción que ejercen sobre los espectadores inmersos ya en todas las violencias reales posibles y acaso ávido de más adrenalina, tanto en todo el mundo como en nuestro país, donde “los rituales de muerte y la naturalización de sus formas mediante la violencia más atroz, se enraízan en la vida cotidiana: levantados, encobijados, encajuelados, decapitados aparecen como neologismos que trivializan la dolorosa realidad”, dice Lilian Paola Ovalle en su trabajo “Narrativas visuales de la violencia en México” (El Cotidiano, nov-dic, 2010, UAM Azcapotzalco).
El colmo fue cuando el alacrán hizo caso de algún columnista de espectáculos y le echó un vistazo a la serie Los Reyes de Oriente, donde se representa la vida de los habitantes de Iztapalapa con base en innumerables clichés violentos: delincuencia, drogadicción, promiscuidad, cárteles, bandas y mafias, violencia doméstica, paternidad irresponsable, pobreza sin perspectiva, ni esperanza, ni futuro. El venenoso observó que la serie está filmada in situ, es decir en mero Iztapalapa y con el Cablebús como referente constante. Con todo, confiesa que no aguantó la serie completa. De verdad espera que tenga un final feliz donde todos hallen redención y perdón, más allá del cliché ¡Uf!
El venenoso buscó refugio entonces en la literatura y se topó con el fenómeno literario de la escritora Dahlia de la Cerda, de quien el escorpión escribió ya una nota reconociendo la importancia de su ensayo publicado en el conjunto de textos de mujeres compilados en los dos tomos de Tsunami (Sexto Piso, 2018-2020). El fenómeno se refiere al éxito de su libro de cuentos Perras de reserva (2019), a sus artículos publicados en Desde los zulos (2023) y a la estridencia que provocó su libro más reciente Medea me cantó un corrido. Críticos y críticas, escritores y escritoras han dado sus opiniones a favor y en contra de la escritura tasajeada y ciertamente violenta de la autora. Las discusiones han alcanzado los pleitos y la grosería e incluso acusaciones de violencia de género hacia la escritora, quien defiende su posición desde su reivindicación del barrio, de ser morena y de origen pobre, enfrentada a la blanquitud de quienes tachan su obra de oportunista en su temática y de estar apenas mal redactada. Los caminos de la literatura mexicana son misteriosos y a veces violentos.
Luego de la digresión, el escorpión recuerda que el tema es la violencia. Observa entonces un convoy de cinco camionetas de lujo con vidrios polarizados transitar veloces por la carretera costeña donde el venenoso contiene el aliento, disimula y aguarda su camión.