Cambio de gobierno, continuidad en el poder
Arturo Espinosa Silis
En su tercer intento logró llegar a la presidencia de la República. El contexto era el propicio, una ciudadanía cansada de la corrupción, inseguridad y los abusos en el poder de una clase gobernante que estaba cómoda en gobiernos en donde los tres partidos principales se repartían los cargos y se beneficiaban con un alto grado de complicidad. Su objetivo: pasar a la historia como el mejor.
Bajo la promesa de una forma diferente de gobernar y con una visión de mayor enfoque social, Andrés Manuel López Obrador asumió la presidencia el 1 de diciembre de 2018. La llamada era de la cuarta transformación llegó y después de seis años no cabe duda que el México de hoy no es el mismo que el de 2018.
Durante su administración, el presidente ha ejercido el poder desde el primer minuto, imprimiéndole a su gobierno su sello muy personal.
La constante ha sido repudiar todo lo que se hizo en gobiernos anteriores, pues en el discurso son los culpables de todo lo malo que ocurre en el país, por ejemplo: la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México por la corrupción (no comprobada) generada por su construcción, y por el contrario el avance a cualquier costo de sus propios proyectos tales como el Aeropuerto Felipe Ángeles, el Tren Maya o la refinería Dos Bocas.
En estos seis años no hubo nada que lo detuviera, ni la oposición, ni la judicatura y sus amparos, ni la sociedad civil y sus protestas. Sin duda el presidente encontró múltiples obstáculos en el camino, pero cuando no lograba que se hiciera su voluntad por una vía, intentaba otra. Si no era el plan A, buscaba el plan B y si tampoco lo conseguía entonces iba por uno más ambiciosos, el C.
La habilidad política del presidente, combinada con su gran capacidad de comunicar y su cercanía con la gente, sumado a su desdén hacia el Estado de Derecho, cuando este no le es favorable, produjo que semana con semana, mes tras mes y año con año fuera acumulando más poder.
El gabinete se desdibujó, las y los gobernadores se alinearon, el Legislativo regresó a los tiempos de la borregada en donde se aprobaba todo lo que el Ejecutivo deseaba. Regresó el presidencialismo.
El Poder Judicial fue afín mientras duró la presidencia de Zaldívar, con su conclusión se acabó la cercanía y entonces el Judicial se convirtió en el enemigo público número uno. Los órganos autónomos fueron cooptados o neutralizados, tal como pasó con la CNDH, cuya titular es una incondicional al presidente. El INAI, en cambio, fue neutralizado a partir de su desmantelamiento, por mencionar dos casos. Los equilibrios se han ido desdibujando.
El Ejército se convirtió en un poderoso aliado, brazo ejecutor de las acciones de gobierno más complejas. Hoy tiene un pie puesto en prácticamente todas las áreas estratégicas de gobierno, desde labores de seguridad, hasta manejo de puertos y aeropuertos, pasando por la construcción de obras claves para la administración, e incluso la administración de centros turísticos.
Muchas cosas fueron nuevas durante esta administración, especialmente las formas y el manejo mediático. En la política interior hubo una voz, la del presidente, en la política exterior, aunque predominó la ausencia, tuvo la capacidad de generar conflictos innecesarios, poniendo la ideología por encima de los intereses económicos o comerciales del país.
Los datos revelan que en algunos temas se ha avanzado, como el incremento en el poder adquisitivo de ciertos sectores de la población, pero en otros ha habido un estancamiento o retroceso, el crecimiento del PIB, por ejemplo. Aunque la economía se benefició de fenómenos como el nearshoring, algunas de las decisiones de gobierno impidieron que se explotara todo su potencial.
Al final, las lecturas son polarizantes, como esta administración. El presidente deja un país muy diferente al que llegó cuando asumió el cargo. Entraremos en una nueva etapa, otra diferente, pues Andrés Manuel López Obrador dejará el gobierno, pero no el poder.
Entre sus reformas constitucionales impulsadas en el último respiro de su administración, el control sobre buena parte del gabinete y el Congreso a través de perfiles afines y leales, así como el manejo del partido con su hijo, el nuevo gobierno estará condicionado a la voluntad del presidente saliente.
Tal como se ha visto durante la transición, las decisiones se toman, en el mejor de los casos, de manera conjunta, el presidente dejará el cargo, pero seguirá ejerciendo el poder.