Ebrard mostró el lado realista de la sucesión: la continuidad

Carlos Ramírez

Reconocido como un experto en fabricación de conflictos inesperados, Marcelo Ebrard Casaubón abrió su propuesta máxima para garantizar la continuidad de la 4T: una Secretaría en el próximo gabinete presidencial y el hijo del presidente de la República como titular.

Una lectura estratégica de estos movimientos que inician el proceso de designación del candidato presidencial de Morena va mucho más allá del espacio de burlas inevitables en la dinámica crítica cotidiana y deja entrever cuando menos tres puntos muy sensibles para la actual sucesión: la condición de continuidad del proyecto, la cohesión del grupo cuatroteísta e indicios del estado de ánimo del presidente de la República ante la inevitable retirada del poder.

La experiencia, carácter y estilo reflexivo de Ebrard entraron en la lógica del equilibrio en la balanza sucesoria: el lado de la pesa que señala la dimensión de la 4T estaría reacomodando los valores de la lealtad, ya no sólo en función del sentimiento hacia el lopezobradorismo, sino con mayor intensidad en la forma operativa de consolidar una continuidad garantizada del proyecto.

Ebrard tiene la suficiente experiencia en sucesiones anteriores como para medir los estados de ánimo presidenciales: le tocó con Manuel Camacho Solís en la Secretaría de Programación y Presupuesto la guerra a navajazos de Carlos Salinas de Gortari con Manuel Bartlett Díaz y luego la batalla contra Joseph-Marie Córdoba Montoya para reventar el pacto político de Luis Donaldo Colosio con Camacho.

Ebrard es un político machiavelliano: un hombre del poder y del Estado, se mueve con la astucia en posiciones extremas y, como Machiavelli, juega para ganar. Eran obvias las reacciones burlonas hacia su iniciativa de crear la Secretaría de la 4T en el próximo gabinete y de anunciar por anticipado una extensión garantizada de la figura de López Obrador a través de su hijo, pero, analizada en el estilo Ebrard de los escenarios estratégicos, el excanciller se jugó su última carta tapada para demostrar la lealtad que algunos sectores del lopezobradorismo le siguen regateando.

En política nada es lo que se ve. Camacho en 1994 quiso jugar de manera transparente con Salinas de Gortari, pero fue aplastado por el estilo implacable de Córdoba Montoya, la pieza más importante del caso Colosio. A Ebrard le tocó estar en el cuarto de guerra que camachista y tener un panorama muy claro de ciertos valores subyacentes de la política más allá de la demagogia vulgar priista.

Todas las críticas que se han vertido contra Ebrard en las horas posteriores al anuncio de la 4T en el próximo gabinete presidencial tienen razón y forman parte de este modelo muy común de la política en que se cosecha lo que se siembra, pero detrás de estas reacciones a botepronto existen circunstancias y equilibrios que pueden llegar a ser más dominantes que los posicionamientos superficiales.

En este contexto, un análisis estratégico debe de enfocar el caso de la Secretaría de la 4T en el escenario político de la valoración de las lealtades hacia el presidente López Obrador, y en política muchas veces suele darse el caso de que el ridículo social reposiciona devociones. De ahí el dato de Ebrard de un paso muy audaz que tuvo como destinatario único al presidente de la República y que evidenció su decisión de no cuidarse a sí mismo para ofrecer garantías de obediencia política.

El dato de la invitación Andrés Manuel López Beltrán para encabezar la Secretaría de la 4T mandó el mensaje de que la familia será protegida y puede leerse también como una señal contra la argumentación de que Claudia Sheinbaum era la única amiga de la familia.

El caso es que en el proceso sucesorio de Morena no es una fiesta infantil.

El contenido de esta columna es responsabilidad exclusiva del columnista y no del periódico que la publica.

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