La UAS: un dilema estructural y la flaca memoria de algunos

José Luis López Duarte

Como la víbora venenosa, letal, acechando al menor movimiento del rector Jesús Madueña Molina, algunas voces perversas han surgido en contra de sus reflexiones sobre los problemas financieros que enfrenta la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS). En el contexto de los Foros para la elaboración del Plan de Desarrollo Institucional “Con Visión de Fututo 2029”, Madueña ha planteado una realidad cruda: si no se toman medidas para abordar la jubilación dinámica y otras cargas financieras insostenibles, la viabilidad de la UAS estará en juego. Este debate no sólo es urgente; es vital para garantizar el futuro de la educación en Sinaloa.

El rector expuso que la jubilación dinámica, que permite recibir a los universitarios en retiro dos pensiones —una del IMSS y otra de la UAS—, representa una porción significativa del presupuesto universitario, que podría ascender al 50 por ciento en los próximos años si no se encuentra una solución. Este escenario plantearía directamente la disyuntiva de pagar esas cantidades o considerar el cierre de la institución por quiebra. Es un dilema que debería atraer por la atención y la reflexión inteligente de toda la comunidad universitaria, pues estamos hablando de la sostenibilidad de la institucion educativa más importante del estado.

Sin embargo, en lugar de fomentar un diálogo constructivo sobre estos problemas, algunas voces malévolas han optado por desviar la discusión hacia acusaciones infundadas y críticas mezquinas. Es absurdo pensar que quienes han trabajado en pos del orden y la rentabilidad educativa en los últimos 20 años sean los responsables del actual colapso financiero. Personalidades como Jesús Madueña, Juan Eulogio Guerra, Antonio Corrales y el fallecido Héctor Melecio Cuén han sido impulsores de soluciones que han beneficiado a la UAS.

El acuerdo alcanzado en 2016 entre el sindicato y la administración, liderada por Juan Eulogio Guerra para eliminar la jubilación dinámica para nuevos empleados dejó claro que se buscan alternativas. No obstante, esta carga estructural heredada no se puede olvidar: fue precisamente en 1979 cuando la jubilación dinámica fue instaurada sin la creación de un soporte económico o un fideicomiso que asegurara su financiamiento. Así, la responsabilidad de esa decisión recae en quienes no supieron establecer un sistema sostenible, no en quienes ahora intentan remediar las consecuencias.

El agravio se agranda al recordar que, a pesar de los esfuerzos de los rectores recientes, esos viejos líderes, en sus luchas por derechos laborales, son los mismos que generaron demandas irreales y obstructivas, obstaculizando el progreso y la evaluación de la calidad educativa. La resistencia a ver la historia y los efectos de estas decisiones nos lleva a un mundo al revés, donde se acusa a los que intentan resolver los problemas de ser los causantes de la crisis.

Pero la situación actual no sólo se enmarca en la historia interna de la UAS y sus problemas estructurales; también se debe contemplar el contexto económico nacional. En un panorama donde la deuda pública ha crecido y el déficit fiscal es preocupante. Resulta irónico que las voces más críticas no parezcan reconocer la relación entre la crisis económica del país y la precariedad financiera de instituciones educativas como la UAS. Mientras el gobierno federal continúa acumulando deudas, ¿por qué se espera que una universidad se salve de la crisis de una gestión pública deficiente?

Además, es fundamental recordar que aquellos que critican la gestión actual tienen sus derechos asegurados y se benefician del sistema que ahora cuestionan. Si realmente quieren ayudar a la universidad, deberían contribuir a un debate serio y constructivo en lugar de optar por posturas destructivas. Es hora de que la comunidad universitaria, en su conjunto, se una y discuta abiertamente sobre cómo enfrentar esta problemática.

La UAS no es sólo una institución; es un pilar fundamental para la educación en Sinaloa. Sus problemas no se pueden ignorar ni minimizar, y la responsabilidad de encontrar soluciones recae en todos. Agitar para crear enfrentamientos internos y la falta de voluntad para dialogar solo perpetuarían la crisis. La comunidad universitaria debe dar un paso al frente, dejar de lado los ataques personales y concentrarse en reducir la incertidumbre que amenaza el futuro de la institución.

En conclusión, el reto al que se enfrenta la UAS es monumental, pero no imposible de superar. La clave está en el diálogo constructivo, la colaboración y la búsqueda de soluciones que garanticen su sostenibilidad y fortaleza ante los retos económicos y sociales que le esperan. Es momento de actuar con responsabilidad y visión hacia el futuro, porque la educación superior en Sinaloa no puede darse el lujo de fracasar.

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