El imperio de Genaro Torrecillas en la Sección 27 del SNTE

Benjamín Bojórquez Olea
Hay quienes creen que el poder desgasta… pero sólo a quien no lo sabe usar. A Genaro Torrecillas López, Secretario General de la Sección 27 del SNTE, no le ha faltado poder —le ha sobrado soberbia y le ha faltado liderazgo. A seis meses de dejar su encargo, su gestión es un manual abierto de cómo convertir un sindicato en un solar político en ruinas.
De los 62 con los que llegó al poder, hoy apenas le siguen menos de diez. Ni para la foto lo acompañan. Literalmente. Lo que comenzó como una planilla, terminó como un archipiélago de desconfianzas, enojos y traiciones. Y es que no es lo mismo caminar con el equipo que pasarles por encima con el ego. Cuando la política se convierte en una colección de silencios incómodos y oficinas apagadas, algo anda mal. Muy mal.
La descomposición interna no es solo anecdótica, es estructural. El caso del Profesor José Luiz Félix Romero, abandonado en una oficina sin agua ni internet, habla más que mil discursos. No se trata de una falla técnica, sino de una fractura moral. En la misma línea, Isaac Montaño Valadez —quien debería coordinar a más de 100 representantes sindicales— ha sido condenado a buscar boletines como quien caza rumores: con linterna en mano y sin brújula institucional.
Y si de símbolos decadentes hablamos, el despojo informal del área de Finanzas es la cereza podrida en este pastel de negligencias. Que el Secretario de Finanzas, Saúl Gómez, ya no tenga el control de los recursos económicos y que estos sean manipulados directamente por Torrecillas López no sólo es una violación a la norma interna: es una provocación directa a la transparencia. ¿A quién le rendirá cuentas Genaro cuando todo apunte a que el dinero bailó al ritmo de su propia melodía?
El edificio del SNTE 27, mientras tanto, parece un mausoleo del sindicalismo. Cerrado, callado y desierto. El único espacio con vida es la mesa de algún restaurante donde el Secretario despacha como si el sindicato fuera una empresa privada… o una fonda de confianza. Lo preocupante no es sólo su ausencia física, sino su desconexión moral: atender en Humaya lo que no quiere atender en su oficina no es eficiencia, es evasión.
Pero si algo retrata su caída es la frase que resuena en los pasillos sindicales: “ya no llena ni un bocho”. Y vaya que duele. Porque no es un chisme, es un diagnóstico. Cuando el Secretario General de un sindicato no logra cohesionar ni a su equipo más cercano, ¿qué puede esperarse de su relación con las bases? Cuando se pierde el respeto interno, lo único que queda es el eco de una autoridad hueca.
Y aquí vale detenernos. No sólo para señalar el naufragio, sino para reflexionar sobre el tipo de liderazgo que permitimos y toleramos. El sindicalismo, en general, no debería ser el terreno de cultivo del caudillismo oxidado, ni el refugio de burócratas en decadencia. Los liderazgos que se ausentan, que manipulan, que abandonan y que se embriagan de sí mismos, terminan como Torrecillas López: rodeados de sillas vacías y mesas llenas… pero de cuentas pendientes.
GOTITAS DE AGUA:
Porque al final, el poder no se mide por los cargos, sino por la capacidad de sumar y sostener. Y en ese examen, el aún dirigente del SNTE 27 ya reprobó. Sin remedio. Sin aliados. Y sin vergüenza.