Alcaldes descalificados: el “borracho” de El Fuerte, el “tapabaches” de Culiacán y el “ladrón” de Mazatlán

Álvaro Aragón Ayala 

En la ruta del 2024, el futuro de los alcaldes de Morena y su posible reelección o postulación a un cargo de mayor envergadura, depende de sus relaciones políticas interpersonales y del desempeño de sus funciones. A un año de ejercicio de los gobiernos municipales los votantes-ciudadanos siguen esperando que se cumplan las promesas de campaña. 

De Choix, pasando por El Fuerte y Ahome, hasta Escuinapa, tocando los municipios de Mazatlán y Cosalá, en algunos sectores de la población se palpa el desaliento; en otros sigue brillando la esperanza de que se solucionen viejos problemas para poder vivir con una mayor calidad de vida. La herencia de anteriores administraciones es ominosa.  

Ciertas autoridades municipales le apuestan a no confrontarse con el gobierno de Rubén Rocha para administrar la hacienda pública en coparticipación en la solución de problemas que requieren una inversión compartida. Otros juegan a la “avestruz” o al “aislamiento público” y otros están inmersos en verdaderos escándalos por el uso irresponsables de los recursos municipales. 

El padrinazgo o el acople político, los pactos de alto nivel, son claves para marcar la ruta e intentar delinear el futuro -sin jugarle al adivino- de los presidentes municipales. Algunos le apuestan todo al “abrazo fraterno” del gobernador Rubén Rocha Moya; otros más a la dualidad: Rocha Moya-apoyo nacional.

En el escenario de los alcaldes aparecen las figuras de los precandidatos o “corcholatas” presidenciales, Adán Augusto López, Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard, las cuales se trasladan a los entretelones de Morena-estatal, partido bajo el control del gobernador Rocha Moya. Ya se desprenden las promociones a favor de uno y otro con aspiraciones a sentarse en la silla de Palacio Nacional. 

En los 18 municipios de Sinaloa, cada alcalde tiene su némesis, opositores nuevos o viejos. A estas alturas del partido político-administrativo, la sociedad cita por su apodo a los presidentes ¡Ya los midió!: En Choix, a la alcaldesa Amalia Gastélum Barraza la llaman “la cacique”, al edil de El Fuerte, Gildardo Leyva, le gritan “el borracho” y al de Ahome, Gerardo Vargas lo nombran “el trébol”. 

En Culiacán, a Juan de Dios Gámez Mendívil lo tildan de “alcalde tapabaches” o bien de “niño mimado”; en Cosalá, a Carla Úrsula Corrales Corrales la motejan como “la traidora”, mientras al alcalde de Mazatlán, Guillermo -El Químico- Benítez, lo exhiben de “rata” y le endilgan otros calificativos desagradables. Todos, todos los munícipes tienen sus apodos populares. 

En materia de resultados tangibles, dado las “debilidades” del marco organizacional y normativo de los sistemas de planificación, monitoreo y evaluación de políticas públicas, es difícil medir si se están cumpliendo o no con las promesas de campaña. Lo cierto es que la población reclama acciones concretas de gestión. 

Un ejemplo claro es la ciudad capital, Culiacán, la cual es un desastre: el “alcalde tapabaches” es rehén de sus propias limitaciones. Quedó claro que Juan de Dios Gámez Mendívil desconoce a fondo el quehacer de un presidente municipal. Todavía es hora que no plantea un plan de gobierno que establezca prioridades con un sistema de metas medibles y precisas vinculadas con el presupuesto municipal y con el que se pueda hacer públicos sus resultados. 

De los 18 alcaldes, si acaso tres o cuatro, no más, saben que los planes de gobierno contribuyen a mejorar el foco estratégico de la acción pública. El resto opera con ocurrencias o para enmendar la plana o pierden el tiempo en borracheras, en atender a sus nuevas conquistas amorosas o a tramar a ver cómo le “clavan la uña” al erario público, como el alcalde de Mazatlán, famoso internacionalmente por sus raterías.  

En ese ambiente se desatan las pasiones políticas de los alcaldes de Morena, algunos ya satanizados por la población por disolutos; otros navegan con un remo por la falta de recursos que no les alcanzan ni para arreglar problemas mínimos y otros más proyectan su imagen cargando a cuestas a sus némesis que a toda costa tratan de impedir que sean reelectos o que busquen otras posiciones políticas.  

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