De Octavio Paz: México no fue colonia sino el reino de la Nueva España

Carlos Ramírez

Si lo peor qué le puede ocurrir a la historia es un relectura ideologizada y politizada, entonces habrá que acudir a diferentes fuentes para buscar otras explicaciones sobre los orígenes de los pueblos.

En su monumental biografía Sor Juan Inés de la Cruz o las trampas de la fe, en 1982, el poeta Octavio Paz hizo una introducción histórica de la sociedad española en la segunda mitad del siglo XVII e hizo una presentación novedosa del México de entonces: España no había conquistado México Tenochtitlan para instaurar una colonia de esclavos con la comunidad local, sino que su intención fue siempre crear aquí el Reino de Nueva España con los mismos valores y posibilidades de los otros reinos que construyeron al Reino central de España con el matrimonio de Isabel y Fernando.

Es decir, el Reino de Nueva España debía construirse con el dominio de la sangre española, pero con la mezcla con sangre indígena, quizá un intento no explicado aún por la historiografía española, Los otros reinos de España estaban formados por señoríos locales. Esta idea de la Nueva España fue entendida por Hidalgo y proyectada por Iturbide en el proyecto de que México fuera un imperio asociado al Reino central de España y que a la cabeza estuviera el rey Fernando VII o algunos de sus descendientes.

Paz señala: “el Reino de Nueva España carecía de autonomía, pero el principio que regía a su existencia no era el que define una colonia, ni en el sentido tradicional de la palabra ni en el de los siglos XIX y XX. Nueva España era otro de los reinos sometidos a la corona, en teoría igual a los reinos de Castilla, Aragón, Navarra o León”.

Por su parte, José Ortega y Gasset explica en su ensayo España invertebrada uno de los elementos poco estudiado sobre la conquista: el papel del vicecanciller del Vaticano Alessandro Borgia en el asesoramiento a los reyes Isabel y Fernando para apuntalar y apoyar una expedición hacia nuevos territorios en busca no solo de riquezas, sino sobre todo de nuevos fieles para Roma. A ese modelo le llamó Ortega la welt politik o política-mundo que luego ayudaría a consolidar como papa Alessandro VI y sus bulas que definieron la tierra conquistada a favor de España y de Portugal.

El enfoque de colonización de México fue producto de una crítica a la forma utilizada por los sacerdotes para imponer a sangre y fuego la religión católica, aunque los virreyes se permitieron la libertad de permitir las religiones politeístas, pero solo en secreto y en las noches. Los dos instrumentos de dominación nunca parecieron estar en la misma sintonía: la iglesia quería el sometimiento y el virreinato permitió la funcionalidad de las comunidades indígenas y facilitó la mezcla de sangre, además de qué no aplicó el modelo de esclavitud del conquistador, sino que llegó al punto de crear el Tribunal de las Indias para resolver problemas indígenas y facilitó la organización productiva a través de la encomienda que nunca esclavizó los indígenas sino que los entregó recomendados a los nuevos propietarios de la tierra, con la libertad de irse cuando lo desearan, a diferencia de la esclavitud estadounidense.

La relectura de la historia hispánica mexicana debe darse en función también de una revaluación del mundo indígena, mal llamado por algunos historiadores como prehispánico como significando que antes de la llegada de los españoles no había una sociedad organizada política, social y religiosa en los territorios de las comunidades mexicanas, varias de ellas configuradas como imperios con ejércitos formales.

La independencia entró en conflicto entre dos propuestas: la del Reino de Nueva España y la federalista derivada de las ideas de la ilustración y de la revolución de independencia norteamericana. La consumación de la independencia de Iturbide anunció el imperio mexicano asociado al Reino de España y encabezado por la monarquía de Madrid. Los federalistas ganaron y crearon una República sin prácticas ni voluntades republicanas, como hasta la fecha parece.

El debate y la exigencia hoy al Reino de España y al Vaticano de ofrecer una disculpa por la conquista tiene que pasar por una relectura de la historia fuera de los corsés ideológicos del viejo PRI.

Con información de Nueva España

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