Rocha Moya y la pluralidad, siempre y en todo

José Luis López Duarte

Por naturaleza, todo en la vida es plural, diverso y diferente, por lo que en la política no es distinto y el multicolorido sobresale, incluso en un solo partido, ya ni se diga en el abigarrado abanico de fuerzas políticas y otros componentes de la sociedad.

Por eso, ningún gobierno, aunque se quiera vestir del color que quiera, no puede comportarse así, porque la sociedad hace tiempo rebasó al tricolor, y si queremos mayor profundidad debe partirse de que los seres humanos somos diversos, por lo que se equivoca el gobernador Rubén Rocha cuando afirma que la “puerta está abierta”, en referencia a quien tenga diferencias con él y en su gobierno, asunto tan natural que debiera tolerar y tratar como seres civilizados y democráticos, no se diga en un gobierno de transformación como el que pretende. Ya estuviéramos con esa conducta, todas las cosas se quedarían solas.

Siempre habrá enfoques distintos y el peor error que pueden cometer es el de pretender encasillarlos en su absoluta voluntad, camino que han recorrido, por lo menos, los dos últimos gobiernos y así han dañados las instituciones y la vida democrática.

Los gobiernos de Mario López Valdez y Quirino Ordaz Coppel son ejemplos en ese sentido. El primero, que llegó bajo una coalición opositora y que alcanzó la primera alternancia política en un gobierno de Sinaloa, conformó un gobierno pluripartidista que, lastimosamente, todos los partidos involucrados se postraron a pies del gobernador, sin que hubiese ningún partido que se atreviera a expresar sus diferencias con MALOVA y así el PAN y el PRD lo pagaron en su momento.

El de Quirino Ordaz significó un retroceso democrático de varios años, al modificar leyes y medidas para concentrar el poder que nadie enfrentó hasta que llegó MORENA el 2018. Así, de un plumazo destituyó al auditor para poner una incondicional en la ASE, para que su gobierno de nuevo tuviera una “sastrería” financiera (como en los viejos tiempos del PRI), concentró toda la obra pública, redujo a los partidos políticos en los cabildos y prácticamente no existió ningún gabinete de gobierno.

Esas experiencias lamentables de gobierno, que no significaron cambios democráticos, por ese absolutismo, deberían servir al gobierno de Rubén Rocha de ejemplo sobre la conducta política del gobernador, que debe ser muy respetuosa, tolerante e incluso abandonando “jefesismos”, como si todo su equipo no fueran compañeros de batalla y de trabajo.

Las diferencias son muy normales y seguido son como tragos amargos, pero es solo un problema de prácticas y métodos adecuados, que no se confundan con el chisme y la politiquería para lo que se requiere un método de trabajo profesional que implique en todo momento una política de resultados y un procedimiento de rendición de cuentas cotidiano.

No se puede caminar todos los días y pretender responder a lo que surja, porque entonces la agenda y la ruta no la traza ni guiará al gobernante, sino lo que quieran otros y eso es riesgoso, como tampoco no funcionar con resultados como debe ser todo trabajo y más el servicio público. No se trata de tener incondicionales, sino gente de resultados y eso es lo que se debe colocar en la balanza.

Los mitómanos y cuentacuentos del tercer piso abundan, y de algunos ese es su trabajo, por lo que pobre de aquel que les haga caso. La máxima para un buen desempeño es la eficiencia, la competitividad y la honradez, y eso es un problema que se resuelve con vigilancia y evaluación constante del trabajo, y para el servicio público mucho mejor si se informa a la sociedad, como se ha buscado hacer con la “semanera”.

Darle “piola” a fantoches y charlatanes para tener incondicionales o aliados de ocasión no enaltece el ejercicio de gobierno, como tampoco darles rienda suelta a las diferencias, porque simplemente enturbia el ejercicio de gobernar y no ayuda en nada.

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