Límites de una segunda guerra fría EU-Rusia en en Iberoamérica

Carlos Ramírez

La primera guerra fría Estados Unidos-Unión Soviética 1961-1991 convirtió al territorio iberoamericano en un campo de batalla política, militar e ideológica, cuyo saldo negativo impidió el desarrollo de un proceso económico, político y social que hubiera podido beneficiar a la comunidad de países latinoamericanos y caribeños.

La Casa Blanca utilizó todos los mecanismos de control y dominación para impedir no solo la presencia soviética o China en un continente que se agitó por las banderas sociales del comunismo, sino para construir, aunque hoy lo nieguen, un verdadero patio trasero de la fachada del american way of life o estrategia de confort para aproximadamente el 25% de los estadounidenses.

De aquellos años de la primera guerra fría quedó el resabio comunista de Cuba y la necedad de los hermanos Castro de no entender el contraste de sus ideas socialistas con una realidad subdesarrollo educativo y económico. El indicio más preocupante para Cuba está a la vista: Rusia y China están más interesados en establecer relaciones comerciales y de venta de armas con Venezuela, Nicaragua y algún otro país que en hacer inversiones para instaurar regímenes comunistas en Iberoamérica, toda vez que es modelo fracasó de manera estrepitosa en Cuba, a pesar de que este país se mantiene como una especie de museo de la imposibilidad socialista en la región.

La guerra fría ideológica que entró en zona de hibernación a partir de la disolución de la Unión Soviética en 1991 encontró cuando menos justificaciones sucedáneas en la lucha de la Casa Blanca contra el terrorismo radical musulmán que llegó a su punto culminante el 9/11 de 2001 con los ataques a territorio estadounidense y ahora con la transfiguración de las bandas criminales del narcotráfico en enemigos históricos del capitalismo estadounidense. Para nadie es un secreto que la Casa Blanca en realidad ya ganó la lucha contra el terrorismo y anda en busca del control del narcotráfico regional para satisfacer las demandas de consumo de sus adictos y consumidores que podrían sumar el 50% de la población norteamericana.

La Casa Blanca utilizó el miedo inducido al comunismo para justificar intervenciones militares y propiciar golpes de Estado en varios países latinoamericanos que estaban teniendo experiencias progresistas o socialistas contrarias a los intereses de dominación comercial y productiva de Estados Unidos: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, República Dominicana, Guatemala, Haití, Nicaragua, Panamá, Paraguay y Uruguay padecieron golpes militares impulsados por Washington.

Como parte de esa primera guerra fría Estados Unidos construyó cuando menos tres estructuras de dominación militar: el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, la Junta Interamericana de Defensa y la Conferencia de Ejércitos Americanos, que han operado como la toma el control militar estadounidense desde el Pentágono, aunque varios países, entre ellos México, ya salieron de la Junta Interamericana.

Todo el control militar, político e ideológico de Estados Unidos sobre los países de Iberoamérica fueron producto de la declaración de Cuba como régimen marxista leninista en 1962 y de la autorización del gobierno de Fidel Castro para que la Unión Soviética instalara misiles ofensivos en la isla apuntando hacia objetivos estadounidenses a solo 90 millas de distancia. La llamada crisis de los misiles de octubre de 1962 fue la principal respuesta de fuerza de Estados Unidos para plantearle a la Unión Soviética un escenario de guerra en la región y a miles de millas náuticas de distancia de Moscú. Al final de esa crisis, la Unión Soviética entendió –y hoy la Rusia de Putin lo tiene presente– que Iberoamérica no representa una posición estratégica que pudiera defenderse como territorio de guerra convencional.

De 1962 a la fecha, la Casa Blanca ha tomado el control político, económico, comercial, militar y estratégico de Iberoamérica, sin que existan liderazgos populistas que se planteen con seriedad la búsqueda de una independencia o cuando menos autonomía relativa de los intereses estadounidenses. Todos los gobiernos populistas de la región están esperanzados en ampliar tratados comerciales con Washington, sin que exista alguna propuesta alternativa a esa dependencia.

Rusia y China han tenido acercamientos recientes con algunos países iberoamericanos, pero se han encontrado con la realidad de que los gobiernos populistas quieren dinero para financiar sus proyectos locales y no aceptan articularse a mecanismos de defensa ajenos a los estadounidenses. Inclusive, los resabios castristas en Cuba quedaron resentidos con Rusia y China por la falta de apoyo económico y Venezuela y Nicaragua son regímenes no viables en el largo plazo y con contradicciones sociales que sería un obstáculo para cualquier intento de construcción de regímenes comunistas.

Ni Cuba ni ningún otro país Iberoamericano podría jugar en el continente americano un papel de cuña estratégica para los intereses rusos como lo fueron la fracasada posición estratégica de Afganistán y ahora el objetivo de Putin de cerrar cualquier rendija proestadunidense como Ucrania. De todos modos, la Casa Blanca está manipulando la crisis en la frontera rusa para subordinar con mayor intensidad a los países iberoamericanos con gobiernos populistas.

Y finalmente queda como evidencia palpable el hecho de que no existe en Iberoamérica ningún país populista o socialista demagógico que esté pensando en representar los intereses estratégicos militares y territoriales de Rusia y China en la región. Y los rusos de Putin no olvidan que los rublos del pasado al régimen cubano de los Castro fueron dineros tirados al basurero.

Con información de Indicador Político

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