Nombre en clave: Moby Dick

Jorge Eduardo Aragón Campos        

Para Reyna, que sin titubeos exigió un lugar en la primera línea de batalla; para sus compañeros en la sala de cuidados intensivos COVID-HGC y para los profesionales de la salud que, como ellos, se han quedado sin monedas para cubrir los ojos de sus pacientes.  Y que esa es hoy su mayor carga.

¿Dónde reside la supuesta superioridad argumental de un provacunas frente a un antivacunas? El asunto no es menor, porque se trata de un hecho real y porque en verdad es lo único que tenemos para enfrentar al virus… y a todo lo demás; no se trata de una solución inyectable o de una receta para suministrar cloro al organismo, sino de una idea. Desde que el mundo es mundo, hemos avanzado en contra de los dictados de un universo indiferente, regido por un conjunto de leyes naturales que no admiten discusiones, votaciones a mano alzada, dictados de orden ético o moral, etc. la idea a que hago referencia, es la convicción de que sólo el riguroso apego a los procedimientos establecidos por el método científico nos puede permitir encontrar para cualquier problema, soluciones cuya efectividad es cercana al 100 %.

En el campo de la ciencia el principio de autoridad no existe, tampoco funcionan la aprobación pública, las buenas intenciones o la habilidad retórica, lo que cuentan son los hechos y nada más; es el apego firme a estos principios lo que ha permitido que tengamos vacunas cuya certeza nos ha permitido arrumbar enfermedades infectocontagiosas que han significado para la humanidad un costo en vidas, sufrimiento, recursos, etc. inimaginablemente mayores a los del COVID hasta hoy, entre ellas la Polio, Tétanos, Viruela, Tuberculosis, Rubeola… Cuando decimos vacunas, nuestro referente es uno de los triunfos mayores que nos han dado las ciencias de la salud, se trata de toda una línea de combate a enfermedades provocadas por microorganismos como bacterias, virus, etc. contamos ahí con un bagaje científico en el que confiamos ciegamente, porque desde décadas atrás se lo ha ganado con resultados a la vista de todos; sin embargo, se trata de una tecnología que alcanzó su plena madurez hace ya mucho tiempo, así como su tope, como nos lo recuerda la vacuna contra el SIDA, que aún no tenemos después de 40 años de intentos.

El año pasado, frente al virus COVID19, esa “línea” de nuestra ciencia nos ofreció una respuesta: sí es posible la creación de una vacuna contra el COVID19 que ofrezca la clase de inmunidad a la que estamos acostumbrados, una vacuna que al aplicarla el paciente quede a salvo de contagiarse del patógeno, al mismo tiempo que lo libera de ser una amenaza como fuente de contagio para quienes le rodean, todo esto sin grandes riesgos de efectos secundarios indeseables. El tiempo de entrega sería dentro de ocho años y aquí fue donde estuvo el problema. Nuestra respuesta al ofrecimiento fue: no tenemos ocho años; no tenemos ni cuatro; es más, no tenemos uno. A partir de ese momento la narrativa se vuelve confusa hasta para los especialistas en disciplinas como infectología, inmunología, oncología, etc. ya no digamos para un público lego como usted o yo. En aquel momento, hubo una vuelta de tuerca sobre la cual convenientemente todos nos hicimos como que la virgen nos hablaba, cuando era quizá la decisión más trascendente de todas las que se han tomado para enfrentar la pandemia: nos salimos de un terreno que conocemos muy bien, para internarnos en otro del cual desconocemos casi todo. De donde nos salimos fue del campo de las enfermedades infectocontagiosas, porque decidimos sacrificar la confiabilidad y la eficiencia que ya tenemos contra virus y bacterias, a cambio de la rapidez que nos ofreció la Terapia de Anticuerpos Monoclonales, una vertiente científica mucho más nueva, orientada principalmente a combatir enfermedades degenerativas que nos trasmitimos entre nosotros a través de la herencia genética como diabetes, Alzheimer, cáncer, etc. no se necesita ser especialista para entender que esto en verdad lo cambia todo y nos mete a una dimensión de riesgos desconocida, a la vez que nos ilustra sobre la verdadera magnitud de la situación desesperada en que ya estábamos metidos desde el momento mismo en que todo esto inició. No pretendamos hacernos los inocentes, somos responsables de todas las consecuencias de esa decisión: sacrificamos seguridad por rapidez con todo lo que ello implica, lo hicimos así porque estaba muriendo gente y era urgente parar eso, pues cada día que lográramos ahorrar en alcanzar la vacuna a que aspirábamos significaba una cierta cantidad de vidas salvadas. Soy un convencido de que se optó por lo correcto, no estuvo ahí nuestro error.

Hay en elemento que es central y definitivo y no es posible rodearlo: el programa de vacunación contra el COVID es, de cabo a rabo, un procedimiento experimental… en marcha. Por los motivos que usted guste, eso es lo que es: un experimento. Un experimento que no se había hecho nunca. Un experimento que acaba de iniciar y que aún no concluye. Nuestra “ciencia de las vacunas” nos dice que situaciones extraordinarias demandan respuestas extraordinarias y por tanto protocolos extraordinarios, por lo tanto frente a la vacuna del COVID19 la estrategia de vacunación, etc. se debe ser aún más puntilloso y exigente ante cualquier tipo de evento que se presente, por los altos niveles de riesgo que conlleva la magnitud muestral del experimento; esta ha sido la primera vez donde la postura negacionista de los antivacunas tuvo como respuesta de sus contrapartes algo peor: adelantar conclusiones cuando el experimento todavía está en marcha, lo cual es anticientífico y punto; lo grave es que se trata de usar esas conclusiones para avalar propuestas de coerción y castigo para quienes se niegan a ser vacunados. Bueno, ni siquiera la cadena de mando militar da para que un superior obligue a sus subordinados a someterse a algo así. Echaron a perder una oportunidad dorada que como maná cayó del cielo: para el tipo de enredo en el que estamos metidos y la clase de experimento con que respondimos, la presencia de antivacunas es el grupo de control perfecto. A mí es al que van a acusar de nazi. Es un hecho inusitado que no debe molestarnos como derrota, debe preocuparnos como lo que en verdad es: evidencia de errores en la estrategia que escogimos contra la pandemia en aras de lograr salvar el mayor número de vidas, que no es lo mismo a salvar las vidas que sí merecen ser salvadas, una disyuntiva difícil, exuberante y llena de aristas que en este momento no tiene por qué andar apareciéndose en donde todavía no le corresponde. Si en este momento hay dudas sobre la efectividad de la vacuna contra el COVID19, no existe ninguna razón para extrañarse cuando es lo que corresponde luego de comparar la expectativa ofrecida contra los resultados que se llevan obtenidos hasta hoy. De lo cual nos encargaremos en la próxima.

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